jueves, 29 de noviembre de 2018

Nuevo Mester De Juglaría - XII

SEBASTIÁN RIVERO
"Tiempo Animal"

Corre una mujer
detrás de un río de palabras.
Noches, tinta y papel,
sus manos brillan como lámparas.

Faroles de mantilla, miel y truenos,
valijas con alambre,
 apunta con sus ojos como anzuelos
muriéndose de hambre.

Parado en un endeble precipicio
persigue sinfonías,
el niño que le pide una moneda
a dios en una esquina.

Un superhéroe del barrio se lastimó
contra el techo de chapa de un cantegril.
Hombres de viejas galeras, en un camión,
van sembrando en el asfalto su jardín.

El duro mármol de las fachadas,
un árbol de hojas plateadas,
las lonjas del Sandupay.
Desnudos, en la tribuna del alba,
los amigos de siempre... ¡Carnaval!

Alucinante la mascarita
como una rata de alcantarilla,
tragando el humo de la censura,
va revolviendo de la basura,
la abreviatura va en la "zabeca"
los diarios al borde de la "yeca",
los dinosaurios, los monumentos,
las criaturas, fierro y cemento,
todo el berrinche de los gurises
y entre tus ojos las bisectrices
de trapo y mugre, de harapo y cuero
con el esfuerzo de los murgueros:
parir poesías 
(parir poesías y disparates).

Saltar la cuerda, patear la mierda,
jurarse el odio en el escritorio,
romper la cara del monopolio,
mover la tierra, si es necesario
morir gritando 
(morir gritando en el escenario)
¡Qué lo parió!
La murga... 

Las botas de un soldado que pisaron
los cuentos de mi vieja,
los libros enterrados y el exilio
de obreros y poetas.

El grito desgarrado y moribundo
de un tiempo despiadado,
florece transformando rebeldía
en luz de los tablados. 

Murga, mujer que conjura la maldición
y se pierde entre las calles del adiós.
Marcha sobre los fuegos luminosos
de otra retirada:
princesa sucia de un tiempo animal...
 ¡Adiós! 
¡Carnaval!



 Letra y Música: Sebastián Rivero
Intérprete: Tabaré Cardozo
lo que veo detrás no mueve mi sonrisa
tampoco me entristece
la vida es solo un prisma
de inciertas e infinitas avenidas

se trata de mirarme en el espejo
callarme
no condenar jamás al que difiere
y comprender lo ajeno
sabiendo que podría ser lo propio

callarme
que es como pronunciarles mi respeto

estoy en mis asuntos y hago mis jugadas
no hay nada que decir
no voy a discutir ni a confrontar
apenas sigo firme en lo que creo

me queda la ilusión de un par de buenos sueños
y alguien a quien contárselos

me queda tu alma limpia y transparente
más bella que todos mis intentos
de la que espero un día contagiarme

si tengo suficiente lucidez
acaso pueda
pintar con los pinceles adecuados
ese paisaje azul
con vista al mar
que sueño compartir entre tus brazos

martes, 27 de noviembre de 2018

viernes, 23 de noviembre de 2018

es raro que este mundo siendo uno
parezca tantos mundos

es raro que al mirarnos a los ojos
no consigamos vernos como somos

será que en cierta forma
nos salva el estrabismo que fundamos

será que lo terrible precede a la caída
y luego ya no importa

así cargamos con lo que podemos

sabiendo la mitad sabemos algo
y queda una mitad para engañarnos
la estiba del poema son palabras y pájaros
líneas de fuerza ingrávidas saliendo de algún cráter
con poco que explicar
como un dibujo abstracto
como un tirabuzón buscando abrirse paso
debajo de la carne

el pez relampagueando un lapso iridiscente

es la entrega fugaz
 fluctuando su milagro en los océanos del alma
y es arduo capturarlo

espejismo
que dura el parpadeo del cerebro entre los dedos

qué va a ocurrir entonces si lees y no te manchas
a qué lugar vacío te diriges
qué queda en los azules movimientos del espíritu
sino una mancha ciega
sin rumbo en el desértico espiral

los poemas han sido asesinados

y los poetas escriben en los diarios
noticias repetidas
que duran lo que dura la ansiedad de los sedientos

martes, 20 de noviembre de 2018

Los Cuenteros - IV



LA BOLSA DE BASURA
Leo Masliah

Rodríguez iba saliendo de su casa para ir a trabajar, pero volvió para buscar una bolsa plástica llena de basura, que tenía preparada desde la víspera para una ocasión así, es decir, una ocasión en la que él, camino hacia alguna parte, tuviera que pasar por donde estaba el tacho de basura que se alimentaba de las bolsas de basura producida y envasada en cada uno de los departamentos del edificio.
El plan era sencillo y Rodríguez se iba acercando al tacho de basura sin pensar demasiado en nada relacionado con eso, pensando sí más bien en otras cosas relacionadas con otras cosas. Pero cuando se encontraba a menos de siete metros del tacho, Rodríguez detectó la proximidad de un agente perturbador, un elemento desestabilizador de la posible calma que acompañaba el automático, necesario, lógico, humano, social, comprensible, perfectamente justificado, habitual, cívico acto de tirar la basura. Era un individuo que, arrodillado junto al tacho, extraía de allí restos de alimentos, los cuales clasificaba y separaba en distintas bolsas que traía consigo, según el contenido proteínico, el tenor graso o el nivel de adición vitamínica que tuvieran; pero el individuo no daba la impresión de ayudarse, en la detección de las gradaciones específicas alcanzadas por cada uno de estos parámetros, con ningún tipo de instrumental técnico, excepción hecha de una protuberancia que él llevaba incorporada al rostro y que le servía para medir con precisión asombrosa el índice de putrefacción operante en cada residuo alimentario, ya que entre dos mitades de cáscara de naranja aparentemente iguales, el individuo descartaba una y se quedaba con la otra, y no era, como se dice vulgarmente, porque estuviere en condiciones de tirar manteca al techo. En efecto, su nivel de ingresos no parecía ser muy alto, a juzgar por unas pequeñas roturas visibles en un costado de su toga de arpillera.
Rodríguez empezó a vacilar. Luego siguió haciéndolo.
No sabía si ignorar al individuo y depositar la bolsa en el interior del tacho, o ignorar al individuo para dejar la bolsa a unos metros de él, o tomar otras actitudes cuya descripción se verá momentáneamente demorada por el análisis de aquellas otras ya mencionadas.
La primera de éstas, es decir, de aquéllas, a saber, ignorar al individuo y tirar la bolsa en el tacho, era casi imposible de llevar a la práctica, porque la posición de la cabeza y las manos del perturbacionista era tal que obligaba a Rodríguez, en caso de decidirse a tirar la bolsa en el tacho, a decir “con permiso”. Esta opción implicaba no ignorar al individuo y considerar el acto de depositar la bolsa como una entrega, era como decirle “tomá”, y eso requería reconocer previamente en el objeto alguna cualidad capaz de valorizarlo como obsequio.
Dejar la bolsa a una distancia prudencial del tacho implicaba también, quisiéralo o no Rodríguez, reconocer el origen humano de la perturbación, y localizarlo en la persona del espécimen que revisaba la basura, ya que, de haberse tratado de un perro o una rata, Rodríguez no habría tenido inconvenientes en tirar la bolsa en el tacho dejando por cuenta del animal la tarea de defenderse del impacto, y siendo en este caso dicho impacto únicamente de tipo físico, y no también emocional, social o como quisiera llamarse a las connotaciones extrafísicas que puede haber en la actitud de regalarle a alguien una bolsa con basura. La única forma de dejar la bolsa a pocos metros del tacho y al mismo tiempo ignorar efectivamente la presencia del foco problematizador era concretar una súbita mudanza al edificio de al lado, cuyo tacho de basura estaba en ese momento libre de incursiones extractivas (aunque no por mucho tiempo, ya que en cuatro o cinco tachos más adelante y con próximo asiento en los tachos sucesivamente más cercanos había otro qué sé yo). Esa mudanza súbita sólo podía producirse si llegaban a confluir allí en ese momento una serie de factores, como el que Rodríguez no fuera miope y pudiera ver en la pizarra del quiosco de enfrente si su número de lotería había salido favorecido. Dándose una solución afirmativa a esto, Rodríguez, en la euforia del triunfo, habría podido cruzar a cobrar portando un tácito perdón por la distracción consistente en no desprenderse todavía de la bolsa de basura. Al volver a su vereda, con el dinero en una mano y la bolsa en la otra, debía pasar el propietario de alguno de los apartamentos vacíos del edificio vecino al suyo, y Rodríguez podría entonces decirle “tome este dinero, le compro el apartamento; supongo que ahora puedo hacer uso del tacho de basura correspondiente a ese edificio”. Pero la miopía de Rodríguez invalidaba todo esto aun cuando su número de lotería hubiese resultado premiado y el dueño del apartamento vecino vacío estuviese llegando desde la otra cuadra.
No era posible entonces ignorar la presencia del individuo, había que tenerla en cuenta. Desde este punto de vista, dejar la bolsa en el tacho era una descortesía, estando como estaba Rodríguez en conocimiento de que el otro iba a tomarla y revisarla de todas maneras. Pero dársela en las manos no dejaba de constituir para él una ofensa, atendiendo al contenido repugnante de la bolsa. En cuanto a si para el otro ese acto podía resultar ofensivo o no, era algo difícil de prever. Más allá de sus intenciones de apropiarse la bolsa, el individuo podía contar con una dosis de orgullo que superara con creces en intensidad a la que se necesitaba para realizar el esfuerzo de levantar una bolsa no muy pesada que alguien le deja a uno al lado, o el de desatar un nudo mas o menos provisorio que alguien hizo en la boca de una bolsa de nailon. Otra posibilidad era dejarla en el tacho, pero abierta, dando a entender que no se ignoraban las intenciones del sujeto en cuanto a revisar la bolsa. Pero todos estos pensamientos pasaron con mucha rapidez por la mente de Rodríguez. Vencido por la ambigüedad contenida en el acto de darle a alguien algo que es una porquería, siendo que este alguien tiene de todas formas mucho interés en recibirla, Rodríguez empezó a pensar en otro tipo de salidas.
Pensó, por ejemplo, en darle al individuo, no la bolsa de basura, sino una limosna. Sin embargo el análisis de esta posibilidad le reveló que esto no habría de librarlo del dilema de qué hacer con la bolsa. Sea cual fuere la magnitud de la limosna, era evidente que nunca bastaría para consolidar en el otro una posición económica suficientemente holgada como para abandonar el hábito de hurgar en los tachos de basura. Entonces el individuo aceptaría quizá la limosna, pero metería inmediatamente después las manos en la bolsa. En cuanto a decirle “tome, le doy esto con la condición de que no revise la bolsa”, no parecía esto contener mayor cantidad de urbanidad que dejar la bolsa ahí nomás y retirarse del lugar sin decir ni siquiera “bolsa va”.
Rodríguez empezó a retroceder. Mientras lo hacía siguió examinando otras posibles maneras de deshacerse de la bolsa sin entrar en actitudes que hirieran sus principios. Consideró el no dejar la bolsa en el tacho, sino sólo su contenido, vaciándolo en las manos del individuo. También consideró el dejar la bolsa cerrada y decirle “mire, le dejo esto, y sé que lo va a abrir; no me gusta la idea pero sé que es lo único que usté puede hacer para vivir; yo quisiera ayudarlo, pero no puedo por razones salariales, etc.”. Luego pensó en vaciar la bolsa en el tacho del edificio vecino, pero volver luego y tirar la bolsa vacía en el otro tacho, mostrando su necesidad de evitar entregarle basura al otro, pero mostrando al mismo tiempo también que no era su intención hacerle un desaire ni fingir que no lo había visto ni que lo había visto pero que no quería roces con él.
Ninguna de estas opciones satisfizo a Rodríguez. Siguió retrocediendo hasta entrar de nuevo en el edificio. Subió las escaleras también retrocediendo, y sacando la llave de su apartamento consiguió, luego de unos minutos de esfuerzo, abrir la cerradura permaneciendo él de espaldas a la puerta. Así entró al apartamento, y siguió retrocediendo hasta que se topó con la ventana, que estaba abierta. Supo detenerse en ese momento, y permaneció allí quieto como un muñeco a cuerda detenido en su marcha por algún obstáculo, siempre de espaldas a la ventana, con la bolsa de basura en la mano. Y así pasó un rato, hasta que de pronto Rodríguez oyó que desde abajo el tipo le gritaba “che, loco, aunque sea tirámela por la ventana”.


LEO MASLIAH nació el 26 de julio de 1954 en Montevideo. Estudió piano con Bertha Chadicov y Wilser Rossi, armonía con Nydia Pereyra Lisaso, órgano con Manuel Salsamendi, y composición con Coriún Aharonián y Graciela Paraskevaídis.  Se presentó por primera vez en público en 1974 como solista de órgano interpretando un concierto de Haendel. A partir de 1978 desarrolla una intensa actividad como autor e intérprete de música popular, habiéndose presentado en muchos países de América y Europa.
En 1998 recibió el Premio Morosoli en reconocimiento a su trayectoria en la música popular, y en 2012 el premio anual de música del Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay en la categoría jazz/fusión/latina por su obra  Algo ritmo.
Como compositor e intérprete de música del género llamado «culto», participó en conciertos y grabaciones de música contemporánea uruguaya, argentina y de otros países. También editó, como solista, cerca de 40 trabajos discográficos. Uno de ellos, Árboles, ganó en el 2008 en Argentina el Premio Gardel al "mejor álbum instrumental". Leo Maslíah publicó también cerca de 40 libros, entre los que se cuentan novelas, recopilaciones de cuentos y obras de teatro.
Varias de sus obras de teatro fueron estrenadas en Montevideo y/o Buenos Aires con puesta en escena del autor u otros directores.

lunes, 19 de noviembre de 2018

mi memoria guarda fotos imposibles

también creo en los amigos que no veo

siempre siento el amor cuando me miras

y es un hecho
nunca tuve que comprar mis alegrías

agradezco todo aquello que me hizo
infinito
y me dio la claridad en la conciencia

mi riqueza son recuerdos que no cesan
y el tesoro
de tener este día entre las manos

no me vengan con lo de pagar el precio

sábado, 17 de noviembre de 2018

si quieren algo más les dejo todo

la suma de las cosas que pretenden
hace rato entendí me es ajena


así que no es posible que les dé lo que no es mío

pero si el negociado les perturba
y aún persisten en dejarme más desnudo
ahí les queda este racimo de mentiras

los paquetes con algunas inmundicias
donde puedan revolcarse a sus antojos
los esperan a las puertas de mis versos


y después
de ser posible
no me jodan

hoy sentado frente al mar oigo el aullido
de las bestias devorándose entre ellas

siento espuma acariciándome los pies
en la playa se hace aire la paciencia
el perfume de la sal navega el viento
y no sé qué voy a hacer con mi fortuna

es probable que no deba merecer
esta tenue liviandad
ni el regalo desbordante de la luna

elegí ser feliz cada momento

ahora resta que la piel se funda al alma
y esperar que el mar resuelva si ya es tiempo
de llevarse la resaca y la estridencia
con un solo movimiento de sus olas

viernes, 16 de noviembre de 2018

miércoles, 14 de noviembre de 2018

a veces
corto el cable de energía
tengo el switch entrenado en los obstáculos
mi poder de abstracción se manifiesta
 entonces me licúo con el alma


silencio

en cierta forma sé
que el mar siempre consigue una salida

pero qué va a explicarte un disidente


la cornada de la bestia da una vuelta
y se clava en sí misma

a poco que la esquivo

más tarde
resucito
y voy con mi cacharro tras el rastro
que olvidaron los mutantes en la arena

hoy me encontré un espejo
con el vidrio astillado
y un hombre ensombreciéndose de angustia

al ver que su espejito se apagaba

hallé también el libro de instrucciones
que a diario le recitan al rumiante
 y un candado mugriento y oxidado
para encerrar el mar tras una puerta

 de una u otra forma
me fue dado saber este presagio
que cuenta de un negocio promisorio
en manos de tarados

pues nada
a veces sigo un plan que no he trazado


yo no puedo explicarte lo que ignoro
la bestia ataca desde tantos frentes
que solo queda andar improvisando

 al menos
hasta ahora
no han conseguido verme de rodillas


esa es la única prueba que me avala
y en realidad no importa que lo creas

viernes, 9 de noviembre de 2018

jueves, 8 de noviembre de 2018

porque en definitiva
esto es de lo que hablaba

pero no existe el ánimo
ni fuegos que encender
se pierde el pedernal frente al desgaste
el tiempo le amortigua cada chispa

y ese martillo ahí
invento impersonal

golpeando
golpeando
justo por donde pasan

golpeando
y vuelven a pasar

ese martillo atroz
que rompe en automática insistencia

y luego de romperlos ya no son

aquellos
los de ayer

estos muñecos

rociaron con napalm la vieja casa
en donde fui feliz

y nunca más pude encontrar una crisálida
ni el techo vegetal de los parrales
velando en amatista los veranos
ni el ceibo ardiendo rojo en sus espadas
ni el mimbre con el arma preferida
de aquel gallego viejo            que supo ser mi abuelo

ahora es un estúpido espiral
tapiado en los extremos

jardín de flor carnívora
y aguas estancadas
de espinas y hormigueros
pintado con colores mentirosos

girando como espectros
van
mirando un celular
los seres que yo amaba

alguna vez creí que el sueño era posible
y ahora pago el precio que paga el inocente

esto es de lo que hablaba

acaso nunca pueda contarte mi tristeza
y no quiero que pienses que la escondo

el ritmo de tu aliento
transcurre paralelo a mis latidos

así eres de importante

se trata de que solo me salva tu sonrisa