
del arlequín del hambre
bailando en las cornisas
cuando la noche era
festejo de secuaces
con pluma y fechoría
cuando me daban ganas
de un sueño a cada risa
cuando las sensaciones
subían a raudales
y el precio era el latido
y la mirada limpia
uno se complacía
de recitar sin prisa
aquel tiempo desnudo
carente de sentido
y yo que fui testigo
de muertes y atropellos
del ángel degollado
por míseros verdugos
ahora me entristece
el suelo empobrecido
el páramo en que yace
el sueño intransigente
o tantos cementerios
de cosas imprevistas
el peso gris y hostil
que obliga al paquidermo
pesado
tan pesado
atónito al pensar
por qué su tanta carga
por qué
su demasiado
y yo que fui testigo
de la delgada línea
de los equilibristas
que vi la transparencia
llorar en los cristales
que comprendí las causas
de caminar liviano
dejé de repetirme
algunas esperanzas