ahora
que a merced
de un diablo empobrecido
de un dios de poca monta
me doy contra los dientes del espejo
ahora
con la boca
rumiando algún silencio
me viene a interrogar su inexistencia
o aquello que maté
diez mil años atrás de este segundo
y tiene la tristeza como un barco
que pasa por sus ojos
mientras se niega a ver el horizonte
y tiene sus dos manos en menguante
y le tiemblan las piernas
cuando presagia el frío de su suerte
ahora
que recuerdo
la noche derrumbada en la azotea
los pasos que llegaban
para matar un sábado sin nadie
las almas que abrazaban mis angustias
me siento
este traidor
que no perdono
ellos se las ingenian
para que los escuches
en medio de los ruidos que te aturden
detrás del lindo traje y la corbata
se cuelan cuando duerme el centinela
con sus libros ahítos de contratos
percuten
repitiendo
el ritmo que no existe
y cuando te descuidas
ves que tu pie derecho
empieza a acompañar
la música barata
y en las tibias fronteras de la calma
donde iba floreciendo tu sonrisa
hay el cadáver pálido de un niño
y un amasijo extraño
de algo que no pudo concretarse
mientras sigues corriendo hacia el vacío
ellos se las ingenian
para inventar las glorias y los triunfos
y una escalera negra
que inexorablemente
te hará creer que el sol está allá abajo
el juego de empezar
a comernos las bocas
el roce de la piel que nos orienta
colgando desde orión al infinito
y donde arrecia el mar
su ruido intermitente
que induce a la antesala del naufragio
querer entrar en ti
querer despedazarte
querer que me recibas en todos tus santuarios
es sólo un desvarío
un nudo de copiosa enredadera
y el sueño de no ser inexpugnable
las cárceles de piel que nos impiden
estériles paredes de concreto
y sin embargo es noche
y hay aguas subterráneas
en las que nos fundimos
un manantial tan hondo
que asusta si miramos hacia adentro
y en donde bien podríamos perdernos
y sin embargo es sólo
el único lugar
posible
para hallarnos