jueves, 29 de marzo de 2018

Nuevo Mester De Juglaría - X

EVARISTO PÁRAMOS
"Jodiana"

Busca la senda y busca el camino:
acabarás "mareao".
¡Qué vida perra! Será tu destino?
Quién ha escrito tu guión?
La libertad vive en una estatua,
en medio de Nueva York,
y todo el mundo ha cedido
a su pánico interior.

Veo la gente que va por la calle,
veo su tristeza.
Creen que es cosa de mala suerte
y no lo comprenden.
Oigo que mueren millones de seres
a causa del hambre,
pero no es cierto:
quieren que envidies un lujo imposible
que consiguieron timando a tus padres.
Veo los policías mirando,
con arrogancia, y creo
que hay asesinos que saben
cómo matarnos.

Dime por qué no sacar la cabeza
de tanta mediocridad?
Dime quién vive en el piso de arriba?
Pudiera ser la razón.
Parece ser lo de menos
quien causa tanto dolor
y la verdad va descalza
pidiendo para comer.

Quién tiene tiempo para pensar
con esta paranoia?
¡Nadie decide qué puede hacer
con su maldito tiempo!
Dime qué más deberemos hacer
para mantener este puto sistema?
Dime... a quién conviene que vivas
en la locura?


Intérprete: La Polla

miércoles, 28 de marzo de 2018

el color que yace muerto entre las dunas
de un tibio anaranjado
pronuncia un árbol seco
susurra la tristeza del otoño
desde ese espacio roto que declina
penden nubes más grises
el viento se recicla
el mar es una caja con ceniza
y sin que te lo sepas
el alma se repite en su semblante

se trata de encajar en lo imposible
se lee en el corazón
que no en lo cierto
para poder asir un poco de cordura
lo extraño se desprende en rígidas escamas
la lógica se muere sin remedio
y aprendes a ser borde en la neblina

no hay fórmulas ni páginas
con ciertas instrucciones
no existe información que pueda conducirte
no hay nada por saber
nadando mar adentro de este sentimiento
es apenas aliento
y piel
y lo inexacto
cuando se pierde el miedo
y tocas la emoción de lo confuso
es permitir que el día te atraviese
para nacer pequeño
pequeño
muy pequeño
humilde como un pájaro
volando a puro instinto por la vida

sábado, 24 de marzo de 2018

es verdad
hago trampas
tengo siempre a mano
un túnel
un pasillo
el agujero exacto para irme
y es habitual que me vuelva invisible
que no esté
que quien me busca

si hay alguien que me busca
descubra que ha perdido mis pisadas

es verdad
no pretendo imponer a nadie mi creencia
no tengo claro cuál es el camino
lo intento
rompiéndome las uñas
rompiéndome los dientes
y no me importa el tiempo que demande la faena
y se que mi verdad es casi nada
y al cabo es solamente mi verdad
y no la de los otros

del mismo modo
nadie
absolutamente nadie
puede marcarme el rumbo o el destino
nadie puede pasar
si yo no lo permito
y en este sitio ejerzo mi derecho

lleguemos a un acuerdo
estamos en absoluto desacuerdo

así que continúa mirando el celular
que al mar le basta y sobra con mis ojos

NAPS 01: Yes - Machine Messiah

martes, 20 de marzo de 2018

dejé pasar las ráfagas furiosas
y el viento
ahora
se cuela entre las hojas levemente
y poco a poco el día
dibuja los contornos que conozco
y un alboroto breve
de pájaros
me vuelve a recobrar sobre la vida

apenas una página inclemente
que no quiero arrancar de mi cuaderno
aunque el vaivén
en suma
no muestre más que algunos garabatos

es el ritmo adecuado en la novela

es parte del negocio de estar vivo

lamento
eso sí
las otras vidas
inmersas para siempre en el pantano
donde no llega luz
ni pájaros
ni viento
donde las aguas negras
dibujan movimientos de ficción
para ocultar el gris estancamiento

creo que lo viví en algún pasado

apenas se alteraron los disfraces

pero en definitiva
las reglas son las mismas desde siempre

inútil insistir con darle lentes
a quien le da sentido a su miopía

domingo, 18 de marzo de 2018

L. P. N. T. F.

hay un par de cosas por recuperar
así que te propongo todo el mar
y que la noche diga lo que falta

viste cómo es
los médanos se vuelven vagabundos
y aquellos escondites ya no existen

debemos
nos debemos
una guarida nueva
algún sitio inestable y pasajero
que nos siga enseñando
qué cosas prevalecen sobre el tiempo

te estoy haciendo señas de demente
aquí
desde la playa
y solo vos podrías entenderlas

bajá
me siento un punto muerto en el planeta

la luna está servida
como un plato vacío sobre el agua
le falta la sustancia
le falta el contenido
y además
estás faltando vos
para darle un sentido a todo esto

sábado, 17 de marzo de 2018

la puerta estuvo allí
esperando
esperándome
y el brujo en ciernes en su cascarón
en su embrión absurdo
aquellos días jóvenes

podría hasta ufanarme en mi torpeza
o recordar ahora
para no honrar el cuento del vidente
la distracción sumada a la impericia

la puerta estuvo allí
y yo ni puto caso
detrás de la llovizna del otoño
ni el nervio contraído
ni la premonición más incipiente
apenas un imberbe bailando sobre el gris
mirando hacia las puertas del cine belvedere


entonces no podía pronunciarlo
un cierto sentimiento desolado
domingos por la tarde
películas baratas
y la felicidad mostrándole las piernas
al héroe-monaguillo del gueto salesiano

y mágicos acordes de guitarra
pulsados
por una niña triste
detrás de aquella puerta
como algún tibio sol en el invierno


y la felicidad
apenas a unos metros
mientras el aprendiz volvía a su guarida


y la felicidad
negándole la luz más diminuta
un grano de la arena de su mar
un puñadito de sabiduría


◆◆◆

 la puerta sigue ahí
durando casi intacta
en un planeta pálido y distante
y anoche
la vida me contó que algunas cosas
suceden a destiempo

anoche
la dama que fue niña

pulsó hebras azules de silencio
con una cuerda rota
con su misma ternura

pintó en el diapasón de mi memoria
los mágicos acordes de otro tiempo
y abrí la puerta al fin
y me senté al lado de su alma

lunes, 12 de marzo de 2018

sonrío
veo a mi pobre alma
su motor
su mínimo motor empecinado
tosiendo sobre el humo del tabaco
veo mi distracción que la desoye
mi espíritu más viejo que mis años
espíritu reumático
porfiando entre el escombro
tratando una vez más de rehacerme
detrás
un ruido disonante de poleas
ya débiles
buscando levantar mis brazos muertos
caídos a los lados

sonrío
aún estoy peleando
aún puedo enmendar los vidrios rotos
aún sobreponerme a las mentiras
aún seguir mi viaje hacia adelante

viernes, 2 de marzo de 2018

Los Cuenteros - I

 LA CALLE DE LOS MENDIGOS
Mario Levrero


Extraigo un cigarrillo y lo llevo a los labios; acerco el encendedor y lo hago funcionar, pero no enciende. Me sorprende, porque hace pocos momentos marchaba perfectamente, la llama era buena, y nada indicaba que el combustible estuviera por agotarse; es más: recuerdo haberle puesto piedra nueva, y una nueva carga de disán, hace apenas unas horas.
Acciono, sin resultado, repetidas veces el mecanismo; compruebo que se produce la chispa; entonces, con un cuentagotas, vuelvo a llenar el tanque de disán.
Tampoco enciende, ahora.
En varios años nunca había fallado así. Me propuse buscar el desperfecto.
Con una moneda le quito nuevamente el tornillo que cierra el tanque; esto no parece contribuir a desarmarlo. Con la misma moneda, quito luego el tornillo correspondiente al conducto de la piedra; sale también un resorte, que está enganchado a la punta del tornillo. En el otro extremo, el resorte lleva una pieza de metal, parecida a la piedra (que también sale, junto con algunos filamentos, blancos y del largo del resorte, en los que nunca me había fijado). El encendedor sigue siendo una pieza entera; en nada he adelantado quitando estos tornillos.
Lo examiné con más cuidado, y vi un tercer tornillo: es el que oficia de eje para la palanca que hace girar la rueda y provoca la chispa. Lo quito, pero ya no pude usar la moneda; debí servirme de un pequeño destornillador.
Tengo una colección de destornilladores, en total son muchos, van de menor a mayor, de uno a otro conservan las proporciones. Utilicé el más pequeño, aunque pude haber obtenido igual resultado con el N° 2, o el N° 3.
Salen algunos elementos: la palanca, el tornillo mismo (que, del otro lado, tiene una tuerca, aunque el aspecto exterior de esta tuerca es igual al de un tornillo; la parte no visible es hueca), dos o tres resortes y la ruedita con muescas; ésta rueda alegremente sobre la mesa, cae al suelo, y ya no la encuentro.
El encendedor, sin embargo, me sigue pareciendo un todo; hay algo ofensivo en esa solidez, un desafío. Y permanece oculta la falla. Introduzco entonces el destornillador en distintos orificios; en primer término atraviesa el conducto de la piedra, y asoma la punta por la parte de arriba; en el receptáculo del combustible encuentro algodón, y no sigo explorando; luego investigo los orificios de la parte superior. Hay dos: uno de ellos es el extremo de otro conducto, cuya función desconozco; es un tubo acodado, el destornillador no puede seguir más allá. El otro es más ancho, recto; al final del mismo -a una distancia que, calculo, corresponde aproximadamente a la mitad del encendedor- la herramienta, girando, de pronto se detiene, atrapada por la cabeza de un tornillo, que resuelvo quitar; es corto y ancho; entonces, tiro con los dedos de una pequeña saliente, mientras con la mano izquierda sujeto la parte exterior del cuerpo del encendedor, y veo, complacido, que algo se desliza.
Queda en mi mano izquierda la delgada capa metálica; con un leve chasquido, en el momento en que termina de salir la parte interior, un pequeño conjunto metálico se expande (me sorprendo, porque el tamaño es aproximadamente cuatro veces mayor) y queda en mi mano derecha una réplica, tamaño gigante, que apenas conserva las proporciones, y algo del aspecto del encendedor, pero hay muchos huecos y vericuetos; imagino un mecanismo de resortes que, para volver a guardar este conjunto en su capa, debo comprimir (no imagino cómo, aunque intuyo que debe ser difícil); sólo un mecanismo de resortes puede explicar este sorprendente crecimiento.
Introduciendo el destornillador en varios orificios descubrí que hay tornillos insospechados; pero el número uno es ya demasiado pequeño para ellos, no hace una fuerza pareja y temo que se estropeen. Elijo otro; el ideal es el N° 4, aunque bien podría usar el N° 3 o el N° 5, quizás el N° 6, y aun el N° 7.
Quito algunos tornillos. Caen resortes, de un conducto salen una pieza metálica entera, aceitada (parece un émbolo), y un par de ruedas dentadas.
Descubro que el conjunto consta también de dos partes, una externa y otra interna; cuando no encuentro más tornillos, procedo a separarlas por el mismo procedimiento anterior. El fenómeno se repite con puntualidad, y obtengo una estructura aproximadamente cuatro veces más grande que la anterior (y dieciséis veces más grande que el encendedor), pero el peso es siempre más o menos el mismo; incluso diría que esta estructura es más liviana que el encendedor entero, lo cual, si a primera vista puede parecer extraño -especialmente cuando se sostiene en la palma de la mano-, es lógico; por ley, el contenido tiene que pesar menos que el encendedor completo, a pesar de que su tamaño, mediante el ingenioso mecanismo de resortes, pueda aumentar y, por ello, parecer más pesado.
Me decido a quitar el algodón; parece estar muy comprimido (lo que explica que el disán se conserve tantos días en el interior del tanque -muchos más que en otros encendedores). El tanque ha crecido proporcionalmente, y ahora el algodón está más flojo; el contenido, compruebo, equivale a muchos paquetes grandes; no me ha costado trabajo quitarlo, porque mi mano entra entera en el tanque.
A esta altura, pienso que me va a ser muy difícil volver a armar el encendedor; quizás ya no pueda volver a usarlo. Pero no me importa; la curiosidad por el mecanismo me impulsa a seguir trabajando; ya no me interesa averiguar la causa de la falla (y creo que ya no estoy en condiciones de darme cuenta de dónde está esa falla), sino llegar a tener una idea de la estructura de ciertos encendedores.
No uso, ahora, destornillador, para investigar los conductos; mi mano cabe cómodamente en la mayoría de ellos. Es curioso el intrincamiento de algunos, semejante a un laberinto; mi mano encuentra a veces varios huecos en un mismo conducto, explora uno -que no es más que el principio, o el final, de otro conducto, y que a su vez tiene varios huecos que corresponden a otros tantos conductos. Hay menos tornillos, y también, en apariencia, actúa una menor cantidad de resortes.
Siguiendo con la mano, y parte del brazo, uno de los conductos y algunos de sus derivados, llego a un lugar que parece estar próximo al centro de la estructura; allí mis dedos palpan unas bolitas metálicas. Tienen la particularidad de estar sueltas a medias, como la punta de un bolígrafo; puedo hacerlas girar empujándolas con el dedo.
Presiono con más fuerza sobre una de ellas, y se desprende de la lámina metálica que la sujeta; comienza a rodar por los conductos y cae fuera de la estructura. Observo que su tamaño es como el de una bolita de las que los niños usan para jugar. Caen muchas. Diez o doce, o más. Tomo una de ellas y me sorprende el peso; parece que fuera una pieza entera. Pero de ser así, no me explico cómo pudo caber dentro del primitivo tamaño de encendedor. Pienso que, probablemente, también se hayan expandido mediante un sistema de resortes; me sigue llamando la atención el peso.
De pronto me sentí atacado por el sueño. Miré el reloj y vi que eran las dos de la madrugada. Es fascinante cómo uno se olvida del paso del tiempo cuando está entretenido en algo que le interesa. Pensé que debía irme a la cama, pero no puedo abandonar el trabajo. Quiero llegar, me propongo, a descubrir la última estructura, o a que el encendedor se desarme en su totalidad, se descomponga en cada uno de sus elementos.
Ahora, después de un par de operaciones, mediante las cuales vuelvo a separar la estructura en dos (una capa, o cáscara y una estructura cuadruplicada), el encendedor ocupa más de la mitad de la pieza; esta última estructura ya no se parece en nada al encendedor, sus formas son menos rígidas, hay curvas; si tuviera espacio suficiente para mirarla desde cierta distancia, quizás pudiera afirmar que es casi esférica.
Solamente a través del encendedor puedo pasar de un extremo a otro de la habitación; lo hago con cierta comodidad, aunque debo arrastrarme. Se me ocurre que si lo separara nuevamente en dos partes, obtendría una estructura por la cual podría andar sobre mis piernas. Pero temo, es casi una certeza, que ya no quepa en la habitación.
Hasta ahora he utilizado solamente uno de los conductos, que la atraviesa de lado a lado en forma rectilínea; pero hay otros, y siento tentación de meterme por ellos. Me atemorizan los laberintos; tomo un cono de hilo, ato el extremo a la manija de un cajón de la cómoda, y me introduzco en un conducto, que pronto tuerce la dirección y me lleva a otros.
Son blandos, sin dejar de ser metálicos; más que blandos, diría «muelles»; todavía se presiente la acción de resortes. Me maldigo: no se me ocurrió traer una linterna o, al menos, una caja de fósforos. La oscuridad se hizo total. Llevé, trabajosamente, la mano al bolsillo del pantalón, y solté la carcajada. Un movimiento reflejo, buscaba el encendedor en el bolsillo sin recordar que me encuentro dentro de él.
«Debo regresar a buscar la linterna», pensé, y ya me disponía a remontar el hilo, para volver, cuando veo una débil luz ante mis ojos. «Una salida, o quizás el mismo orificio por el que entré» -pienso y sigo arrastrándome hacia adelante, hacia la luz; ésta se vuelve cada vez más fuerte.
Puedo apreciar entonces cómo es el lugar en que me encuentro; no es exactamente un túnel, en el sentido de conducto tubular cerrado; está compuesto por infinidad de pequeños elementos, aunque hay grandes columnas metálicas, algunas más anchas que mi cuerpo, que lo atraviesan; pero no puedo ver dónde comienzan ni dónde terminan.
Sigo avanzando y no logro llegar al exterior; la luz se va haciendo más intensa -quiero decir que ahora es un poco más fuerte que la de una vela-; no logro aún localizar su fuente.
Descubro que puedo incorporarme, y camino -aunque ligeramente encorvado.
Escucho gemidos.
«Es la calle de los mendigos» -pienso-, y doy vuelta la esquina y veo la fuente de luz -un farol-, y por encima las estrellas.
En efecto, hay mendigos suplicantes y con ulceraciones en brazos y piernas, la calle es empedrada, y empinada; los comercios están cerrados, las cortinas metálicas bajas.
«Debo buscar un bar que esté abierto» -pienso-. «Necesito cigarrillos, y fósforos»

Jorge Mario Varlotta Levrero, más conocido como Mario Levrero (Montevideo, 23 de enero de 1940 - ibídem, 30 de agosto de 2004), fue un escritor uruguayo, que además se desempeñó como fotógrafo, librero, guionista de cómics, columnista, humorista, y también creador de crucigramas y juegos de ingenio. En sus últimos años de vida dirigió un taller literario

jueves, 1 de marzo de 2018