jueves, 28 de mayo de 2015

paso frente al puesto de los que venden mierda
y no les compro
allá tú si te dejas embaucar por el perfume
por el color traidor del artificio
o la palabra urdida con adornos
del que ha sido entrenado para el asco
y no es que me preocupe
que bebas con fruición esos orines
y no me quita el sueño
ver tu boca marrón y chorreteada
porque después de todo
después de tanto y todo
la libertad es ese vendedor
y quien demanda
y la verdad
a veces
una nube
con forma tan diversa
que no hay más de dos ojos que la vean

miércoles, 27 de mayo de 2015

y si sintiera el bien en forma clandestina
líneas de fuerza duras
rayando el vidrio ciego de un mundo sin ventanas
apenas el jadeo de cierta bestia inédita viciando las rendijas
un esbozo
una espora
algo
por favor
que me reduzca
y no me de el más mínimo lugar para jactarme
de cuanto dije antes
del triste vaticinio de estúpidos caníbales 

comiéndose entre sí
si entonces viera el carro
y viera el acarreo de alguna cosa limpia
y un perfume de nadie
para que todos hagan de su nariz un cáliz
si fuera lo que fuera
pero en definitiva
un poco
y verme haciendo arcadas con mis palabras ácidas
y un niño perforara de un balazo la nuca del escéptico 

que soy
desde hace tanto
me sentiría en paz
te lo prometo
me sentiría bien
quizás hasta feliz
de haberme equivocado

viernes, 8 de mayo de 2015

El Musicomaníaco de "El Pinar" - II


   Para mi sorpresa, aquella vez, se me encomendó musicalizar “La Fiesta de la Primavera”, un evento que organizaban los vecinos anualmente con el propósito de recaudar algún dinero que, con buen criterio, era invertido luego en la misma comunidad. De este modo se logró construir un salón comunal, se organizó una biblioteca, se consiguió la iluminación de las canchas de fútbol y  básket  y varios emprendimientos más que resultaría tedioso enumerar en detalle. No era un secreto para nadie mi pasión por la música, en primer lugar porque yo no hacía nada por ocultarla y, en segundo, porque era poco probable que, cada vez que dialogara con alguien, yo no arrastrara irremediablemente el tema que fuera hacia ese territorio que tanto amaba. De hecho más de una vez me descubrí envuelto en serios conflictos internos a raíz de esa empalagosa costumbre. Temía parecerme al “Arco de Tacuabé”, aquel antiguo instrumento musical de los charrúas que poseía una cuerda única. No obstante, todos sabían también que yo escuchaba música “rara”, como ellos mismos decían, por eso me sorprendió la designación. Como sea, creo que podía ingeniarme para sacar adelante la situación planteada, sin tener que recurrir a cierta música con la que no tenía mucha afinidad.
   Mentalmente hice una posible lista con canciones que podría utilizar para la ocasión y he de confesar que quedé bastante satisfecho. Después fue cuestión de organizar en segmentos las probables ocho horas en las que se desarrollaría la fiesta, descontando las actuaciones de los grupos que actuarían en forma directa.
   Siempre creí que cada canción tenía un color que la caracterizaba. No se trataba de ritmos, de simplificar el asunto en “lentas y movidas”, era algo más profundo y difícil de explicar. Cuando me tocaba hacer una selección para obsequiar o ante el pedido de algún amigo, sentía que tenía que moverme de la misma manera que un pintor, es decir combinando colores, buscando los matices, entrelazando los acordes como si se tratara de rayos de luz atravesando un diamante. Podía sentirlo, no enunciarlo. Siempre pensé, también, que la música era lo más parecido al alma y, desde esa base tan íntima, confeccioné y combiné las canciones que iba a emplear en el evento. Era una fiesta, por lo tanto sólo incluí música de colores vivos, brillantes, canciones como sonrisas pintadas sobre un lienzo que contemplarían cien oídos.
   Así, esa tarde de principios de octubre, en el predio que llamábamos “La Placita”, me senté frente a la consola de sonido, dispuesto a compartir mi pasión. Nadie había faltado a la cita. Era emocionante ver a la comunidad unida, no importaba la edad, no importaban las creencias, la comunión se originaba en el sentimiento de alcanzar algo bueno para todos y en ese punto  anidaba el espíritu que gobernaba la fiesta.
   Transcurrieron las horas y creo que mi tarea no distorsionó la celebración. Al menos eso decían los rostros que veía a mi alrededor. Me gustaba eso de pasar desapercibido, de entregar algo y recoger, a cambio, cosas que nadie va a decirte, pero que se perciben si miras más allá. Ese era mi sentimiento y, por lo tanto, íntimamente sentí que no lo había hecho mal.
  Como curiosidad, apenas ese tipo que yo no había visto nunca en el barrio y que se acercó con su saco negro y sus grandes lentes de culo de botella para decirme, en medio del sonido ensordecedor: “Te felicito…”
   Cuando quise agradecerle, ya me había dado la espalda y se alejaba en dirección al arroyo.
   La madrugada comenzaba a pintarrajear con tonos anaranjados el horizonte y,  en el arroyo, las almas iniciaban la danza vaporosa y fugaz de la ascensión.
   Don Felder y Joe Walsh, por enésima vez, nos conmovían con el solo de “Hotel California”.
...

martes, 5 de mayo de 2015

esta décima parte
la resaca
ceniza que se cae de mi memoria
como quien no lo nota
el rastro de babosa en la vereda
aire que apenas manifiesta
su viento horizontal
su coordenada
que suele ser lo poco que me importa

te dejo entre las manos dos palabras
y no tienes idea
en donde diablos guardo el diccionario
y crees que has estrenado la bandera
mientras me como el pan entre los trapos
que son mi identidad
y se retuercen
adentro
en un lugar inhóspito
inaccesible al fin
para tus pobres alas chamuscadas

a ver si un día de estos te despiertas
y ves que no me has visto ni la sombra

y hablas aserrín cuando me nombras
y lo que consideras es migaja
y lo que te fue dado conocer
es el sobrante
de un día miserable
que desandaba loco y aburrido