lunes, 31 de diciembre de 2018


 

antes de maldecir
recuerda
que todo esto es tuyo
así como tu vida
y no culpes a nadie por tus culpas
más bien vuelve hacia atrás y rememora
la calle que se abría en dos opciones
y elegiste el camino que no era

CDA 01 - Manolo García - Océano Azul


domingo, 30 de diciembre de 2018

entonces unos perros purohueso
despojados de su instinto
residuales
sin olor que les maneje el desoriente
se licúan en remotos callejones
se confunden en los nidos de la niebla
y se llevan cabizbajos e ignorantes
algún hilo del color más desgastado

enredada entre las patas como lastre
la resaca que dejó la madrugada

es inútil exigirles la conciencia
es inútil procurar que lo comprendan

hay un hombre bajo un tanque que derrama
agua gris
con ruido espeso
hacia la calle
y sus manos que procuran evitarlo
pero eso es condición de lo inasible

pasa el perro sin mirar
el tiempo pasa
y el oscuro monigote tan absurdo
danza de un extremo a otro de la acera
sin lograr alguna gota que interrumpa
ese ruido a diente roto
ese olor a flor perdida
el chasquido de las cosas sin regreso

yo no quiero argumentar sobre la angustia
empeñarme en olvidar
y ser olvido
o seguir el curso errante de los perros
porque aún puedo entender al triste loco
que seguro ha de bailar hasta que muera

miércoles, 19 de diciembre de 2018

con un clavo podés unir dos tablas
colgar un cuadro
pinchar neumáticos
clavarlo en el estómago de un gato
o de un recién nacido

verdades como clavos
llenando
de agujeros
las almas inocentes
o
qué divertidas resultan las variantes

según el ojo roto
o el otro que se esmera
y no quiere ser parte de los tuertos

bancátela

esto es lo que tenemos

y vos tenés razón
y yo la tengo

pero antes de hablar pestes de esta mierda
empezá por limpiar bien tu propio culo

jueves, 13 de diciembre de 2018

controla la ecuación
mide los riesgos
encerrado en la cueva que gobiernas
contempla el abanico de posibles
eventos
que ocurrirán o no
para obtener la precisión que necesitas

afuera sopla el viento
la lluvia innumerable
parece desgarrar con surcos negros
la espalda de la noche
y un pájaro se esconde en la maleza

sonrío
me deleita
el descontrol de un día imprevisible


a eso de las tres de la mañana

por ejemplo
cuando un ladrido lejos hiere al mundo

y en cierta forma roto
librado al toque gris de lo fortuito
avanza sombra a sombra el peregrino
sobre un campo minado

sonrío
por la estructura frágil y el invento
de quien sabe las reglas de antemano
por el pasillo estrecho
en donde es imposible que pase el elefante
y el cargamento absurdo
y el peso incongruente de las alas
y la altivez ridícula
esa carga de más que pinta sueños
vestidos con colores que se mueren

lunes, 10 de diciembre de 2018

después de abandonados los disfraces
la paz es una piel incorruptible
se deponen las armas para siempre
desperezas algo fresco en la garganta

suele entonces parecer que hasta las sombras
consideran un posible desapego

bebo un trago de sol  en pleno día
me involucro en lo ancestral de la serpiente
dejo atrás el lastre inútil de una piel que no es la mía
y me voy a compartir la buena nueva

jueves, 6 de diciembre de 2018

un trazo-garabato
y otro a continuación
y juego
a que garabateo
mientras adentro gritan
las voces que no sé
pero son mías

abrigo la esperanza
que alguna vez de tantas
el trazo se haga firme
y la palabra sea
más que palabra voz
de aquellos sinsentidos

y si nada de eso ocurre
al menos fui feliz mientras jugaba
en las hojas en blanco de mi vida

miércoles, 5 de diciembre de 2018

martes, 4 de diciembre de 2018


un fleco de dios
hasta que la verdad calla al silencio
pues cuando el hombre duerme
las cosas vuelven a su sitio
y la soberbia cae como una piedra
en el oscuro pozo de la noche

lunes, 3 de diciembre de 2018

estos barros de angustia
esta sucia resaca
que deponen los mares vacíos
ni aún en medio de hallarme en un día nublado
llegan a mis tobillos

no pienses un segundo
que lo triste me gana

escribo en los espejos
y al leer me contemplo

no se trata de más

yo no tengo la culpa de tener una antena
y de usarla
y mirar
lo que está sucediendo

es un cuento de horror
un relato con monstruos
y no soy personaje
ni el autor
ni el lector
sino apenas testigo

veo un mundo hecho mierda

sin embargo
mañana
vas a darme un abrazo
y eso sí que me importa

entreabre las alas

voy a morir ahogado
en el mar de tu alma

domingo, 2 de diciembre de 2018

resulta insoportable el olor a jazmines 
                                         que pronuncia tu aliento
más sabiendo que solo te alimentas de ratas

es un arte
lo admito
es un arte de magia que no logro explicarme

como sea
desprecio
tu perfume naciendo de entre hermosas palabras

el relato de siempre
que varía según la acepción que convenga

la promesa al garete
como pan que se cuelga de estructuras muy altas
para que no lo alcancen los escuálidos dedos

es inútil
no voto
ni por tu verborragia
ni por otros gusanos de tu mísera estirpe
ni por quienes ocultan los inmundos colmillos
que devoran sin culpa lo mejor de los hombres

si fuera lo sencillo que parece
cuántas abreviaturas
qué fácil transitar este camino
y qué velocidad
qué bueno ir descubriendo los atajos
sentir estas señales como propias
flechas indicadoras
entradas y pasillos
escaleras mecánicas al cielo
salidas de emergencia
y luces amarillas

la ruta está trazada de antemano

no tienes cómo equivocarte

entonces
por qué no eres feliz

elegir lo que muestran las vidrieras
ropas de maniquí
zapatos controlados a distancia
bisutería fina
para esconder la humana imperfección que nos deprime

la religión de los escaparates
dueños de la verdad irrefutable
ofertas de un posible paraíso
ahí justo al alcance de la mano
black friday para optar aquella vida
que crees que elegiste

pero no fuiste vos
mordiste el cebo gris de los mediocres
están manipulando hasta tus sueños
y van a contagiarte su miseria

a qué hora te despiertas

no pases de la línea
silencio
no gires a la izquierda
cede el paso
no es tu turno
acaso ni te admitan
stop
beware of dog
estamos trabajando para vos
aguanta en esa cola
saca número
o mejor
vuelve mañana

no sos sino un billete que camina
un muñequito a cuerda
carente de emoción y de cerebro

y si esa fue tu opción
la que ellos te proponen
por qué no eres feliz

a ver si un día de estos
te aburres de las quejas
y puedes responder esa pregunta

por qué no eres feliz

pues no darás el paso necesario sin antes levantarte
después de haber caído
abajo
bien abajo
adentro
muy adentro
después de haberte roto las escamas
raspando la razón contra las dudas
después de hacer pedazos diez mil veces
el mapa irracional del laberinto
y cagar a pedradas los anuncios
que ciegan con sus ledes esplendentes

después de la pared del cementerio
que ocultan tras inútiles enseres
después de despojarte de tu miedo
y del cartel que indica que lo sientas
verás que solo quedan dos opciones

habrá un camino cierto ante tus ojos
o seguirás colgando de sus hilos

jueves, 29 de noviembre de 2018

Nuevo Mester De Juglaría - XII

SEBASTIÁN RIVERO
"Tiempo Animal"

Corre una mujer
detrás de un río de palabras.
Noches, tinta y papel,
sus manos brillan como lámparas.

Faroles de mantilla, miel y truenos,
valijas con alambre,
 apunta con sus ojos como anzuelos
muriéndose de hambre.

Parado en un endeble precipicio
persigue sinfonías,
el niño que le pide una moneda
a dios en una esquina.

Un superhéroe del barrio se lastimó
contra el techo de chapa de un cantegril.
Hombres de viejas galeras, en un camión,
van sembrando en el asfalto su jardín.

El duro mármol de las fachadas,
un árbol de hojas plateadas,
las lonjas del Sandupay.
Desnudos, en la tribuna del alba,
los amigos de siempre... ¡Carnaval!

Alucinante la mascarita
como una rata de alcantarilla,
tragando el humo de la censura,
va revolviendo de la basura,
la abreviatura va en la "zabeca"
los diarios al borde de la "yeca",
los dinosaurios, los monumentos,
las criaturas, fierro y cemento,
todo el berrinche de los gurises
y entre tus ojos las bisectrices
de trapo y mugre, de harapo y cuero
con el esfuerzo de los murgueros:
parir poesías 
(parir poesías y disparates).

Saltar la cuerda, patear la mierda,
jurarse el odio en el escritorio,
romper la cara del monopolio,
mover la tierra, si es necesario
morir gritando 
(morir gritando en el escenario)
¡Qué lo parió!
La murga... 

Las botas de un soldado que pisaron
los cuentos de mi vieja,
los libros enterrados y el exilio
de obreros y poetas.

El grito desgarrado y moribundo
de un tiempo despiadado,
florece transformando rebeldía
en luz de los tablados. 

Murga, mujer que conjura la maldición
y se pierde entre las calles del adiós.
Marcha sobre los fuegos luminosos
de otra retirada:
princesa sucia de un tiempo animal...
 ¡Adiós! 
¡Carnaval!



 Letra y Música: Sebastián Rivero
Intérprete: Tabaré Cardozo
lo que veo detrás no mueve mi sonrisa
tampoco me entristece
la vida es solo un prisma
de inciertas e infinitas avenidas

se trata de mirarme en el espejo
callarme
no condenar jamás al que difiere
y comprender lo ajeno
sabiendo que podría ser lo propio

callarme
que es como pronunciarles mi respeto

estoy en mis asuntos y hago mis jugadas
no hay nada que decir
no voy a discutir ni a confrontar
apenas sigo firme en lo que creo

me queda la ilusión de un par de buenos sueños
y alguien a quien contárselos

me queda tu alma limpia y transparente
más bella que todos mis intentos
de la que espero un día contagiarme

si tengo suficiente lucidez
acaso pueda
pintar con los pinceles adecuados
ese paisaje azul
con vista al mar
que sueño compartir entre tus brazos

martes, 27 de noviembre de 2018

viernes, 23 de noviembre de 2018

es raro que este mundo siendo uno
parezca tantos mundos

es raro que al mirarnos a los ojos
no consigamos vernos como somos

será que en cierta forma
nos salva el estrabismo que fundamos

será que lo terrible precede a la caída
y luego ya no importa

así cargamos con lo que podemos

sabiendo la mitad sabemos algo
y queda una mitad para engañarnos
la estiba del poema son palabras y pájaros
líneas de fuerza ingrávidas saliendo de algún cráter
con poco que explicar
como un dibujo abstracto
como un tirabuzón buscando abrirse paso
debajo de la carne

el pez relampagueando un lapso iridiscente

es la entrega fugaz
 fluctuando su milagro en los océanos del alma
y es arduo capturarlo

espejismo
que dura el parpadeo del cerebro entre los dedos

qué va a ocurrir entonces si lees y no te manchas
a qué lugar vacío te diriges
qué queda en los azules movimientos del espíritu
sino una mancha ciega
sin rumbo en el desértico espiral

los poemas han sido asesinados

y los poetas escriben en los diarios
noticias repetidas
que duran lo que dura la ansiedad de los sedientos

martes, 20 de noviembre de 2018

Los Cuenteros - IV



LA BOLSA DE BASURA
Leo Masliah

Rodríguez iba saliendo de su casa para ir a trabajar, pero volvió para buscar una bolsa plástica llena de basura, que tenía preparada desde la víspera para una ocasión así, es decir, una ocasión en la que él, camino hacia alguna parte, tuviera que pasar por donde estaba el tacho de basura que se alimentaba de las bolsas de basura producida y envasada en cada uno de los departamentos del edificio.
El plan era sencillo y Rodríguez se iba acercando al tacho de basura sin pensar demasiado en nada relacionado con eso, pensando sí más bien en otras cosas relacionadas con otras cosas. Pero cuando se encontraba a menos de siete metros del tacho, Rodríguez detectó la proximidad de un agente perturbador, un elemento desestabilizador de la posible calma que acompañaba el automático, necesario, lógico, humano, social, comprensible, perfectamente justificado, habitual, cívico acto de tirar la basura. Era un individuo que, arrodillado junto al tacho, extraía de allí restos de alimentos, los cuales clasificaba y separaba en distintas bolsas que traía consigo, según el contenido proteínico, el tenor graso o el nivel de adición vitamínica que tuvieran; pero el individuo no daba la impresión de ayudarse, en la detección de las gradaciones específicas alcanzadas por cada uno de estos parámetros, con ningún tipo de instrumental técnico, excepción hecha de una protuberancia que él llevaba incorporada al rostro y que le servía para medir con precisión asombrosa el índice de putrefacción operante en cada residuo alimentario, ya que entre dos mitades de cáscara de naranja aparentemente iguales, el individuo descartaba una y se quedaba con la otra, y no era, como se dice vulgarmente, porque estuviere en condiciones de tirar manteca al techo. En efecto, su nivel de ingresos no parecía ser muy alto, a juzgar por unas pequeñas roturas visibles en un costado de su toga de arpillera.
Rodríguez empezó a vacilar. Luego siguió haciéndolo.
No sabía si ignorar al individuo y depositar la bolsa en el interior del tacho, o ignorar al individuo para dejar la bolsa a unos metros de él, o tomar otras actitudes cuya descripción se verá momentáneamente demorada por el análisis de aquellas otras ya mencionadas.
La primera de éstas, es decir, de aquéllas, a saber, ignorar al individuo y tirar la bolsa en el tacho, era casi imposible de llevar a la práctica, porque la posición de la cabeza y las manos del perturbacionista era tal que obligaba a Rodríguez, en caso de decidirse a tirar la bolsa en el tacho, a decir “con permiso”. Esta opción implicaba no ignorar al individuo y considerar el acto de depositar la bolsa como una entrega, era como decirle “tomá”, y eso requería reconocer previamente en el objeto alguna cualidad capaz de valorizarlo como obsequio.
Dejar la bolsa a una distancia prudencial del tacho implicaba también, quisiéralo o no Rodríguez, reconocer el origen humano de la perturbación, y localizarlo en la persona del espécimen que revisaba la basura, ya que, de haberse tratado de un perro o una rata, Rodríguez no habría tenido inconvenientes en tirar la bolsa en el tacho dejando por cuenta del animal la tarea de defenderse del impacto, y siendo en este caso dicho impacto únicamente de tipo físico, y no también emocional, social o como quisiera llamarse a las connotaciones extrafísicas que puede haber en la actitud de regalarle a alguien una bolsa con basura. La única forma de dejar la bolsa a pocos metros del tacho y al mismo tiempo ignorar efectivamente la presencia del foco problematizador era concretar una súbita mudanza al edificio de al lado, cuyo tacho de basura estaba en ese momento libre de incursiones extractivas (aunque no por mucho tiempo, ya que en cuatro o cinco tachos más adelante y con próximo asiento en los tachos sucesivamente más cercanos había otro qué sé yo). Esa mudanza súbita sólo podía producirse si llegaban a confluir allí en ese momento una serie de factores, como el que Rodríguez no fuera miope y pudiera ver en la pizarra del quiosco de enfrente si su número de lotería había salido favorecido. Dándose una solución afirmativa a esto, Rodríguez, en la euforia del triunfo, habría podido cruzar a cobrar portando un tácito perdón por la distracción consistente en no desprenderse todavía de la bolsa de basura. Al volver a su vereda, con el dinero en una mano y la bolsa en la otra, debía pasar el propietario de alguno de los apartamentos vacíos del edificio vecino al suyo, y Rodríguez podría entonces decirle “tome este dinero, le compro el apartamento; supongo que ahora puedo hacer uso del tacho de basura correspondiente a ese edificio”. Pero la miopía de Rodríguez invalidaba todo esto aun cuando su número de lotería hubiese resultado premiado y el dueño del apartamento vecino vacío estuviese llegando desde la otra cuadra.
No era posible entonces ignorar la presencia del individuo, había que tenerla en cuenta. Desde este punto de vista, dejar la bolsa en el tacho era una descortesía, estando como estaba Rodríguez en conocimiento de que el otro iba a tomarla y revisarla de todas maneras. Pero dársela en las manos no dejaba de constituir para él una ofensa, atendiendo al contenido repugnante de la bolsa. En cuanto a si para el otro ese acto podía resultar ofensivo o no, era algo difícil de prever. Más allá de sus intenciones de apropiarse la bolsa, el individuo podía contar con una dosis de orgullo que superara con creces en intensidad a la que se necesitaba para realizar el esfuerzo de levantar una bolsa no muy pesada que alguien le deja a uno al lado, o el de desatar un nudo mas o menos provisorio que alguien hizo en la boca de una bolsa de nailon. Otra posibilidad era dejarla en el tacho, pero abierta, dando a entender que no se ignoraban las intenciones del sujeto en cuanto a revisar la bolsa. Pero todos estos pensamientos pasaron con mucha rapidez por la mente de Rodríguez. Vencido por la ambigüedad contenida en el acto de darle a alguien algo que es una porquería, siendo que este alguien tiene de todas formas mucho interés en recibirla, Rodríguez empezó a pensar en otro tipo de salidas.
Pensó, por ejemplo, en darle al individuo, no la bolsa de basura, sino una limosna. Sin embargo el análisis de esta posibilidad le reveló que esto no habría de librarlo del dilema de qué hacer con la bolsa. Sea cual fuere la magnitud de la limosna, era evidente que nunca bastaría para consolidar en el otro una posición económica suficientemente holgada como para abandonar el hábito de hurgar en los tachos de basura. Entonces el individuo aceptaría quizá la limosna, pero metería inmediatamente después las manos en la bolsa. En cuanto a decirle “tome, le doy esto con la condición de que no revise la bolsa”, no parecía esto contener mayor cantidad de urbanidad que dejar la bolsa ahí nomás y retirarse del lugar sin decir ni siquiera “bolsa va”.
Rodríguez empezó a retroceder. Mientras lo hacía siguió examinando otras posibles maneras de deshacerse de la bolsa sin entrar en actitudes que hirieran sus principios. Consideró el no dejar la bolsa en el tacho, sino sólo su contenido, vaciándolo en las manos del individuo. También consideró el dejar la bolsa cerrada y decirle “mire, le dejo esto, y sé que lo va a abrir; no me gusta la idea pero sé que es lo único que usté puede hacer para vivir; yo quisiera ayudarlo, pero no puedo por razones salariales, etc.”. Luego pensó en vaciar la bolsa en el tacho del edificio vecino, pero volver luego y tirar la bolsa vacía en el otro tacho, mostrando su necesidad de evitar entregarle basura al otro, pero mostrando al mismo tiempo también que no era su intención hacerle un desaire ni fingir que no lo había visto ni que lo había visto pero que no quería roces con él.
Ninguna de estas opciones satisfizo a Rodríguez. Siguió retrocediendo hasta entrar de nuevo en el edificio. Subió las escaleras también retrocediendo, y sacando la llave de su apartamento consiguió, luego de unos minutos de esfuerzo, abrir la cerradura permaneciendo él de espaldas a la puerta. Así entró al apartamento, y siguió retrocediendo hasta que se topó con la ventana, que estaba abierta. Supo detenerse en ese momento, y permaneció allí quieto como un muñeco a cuerda detenido en su marcha por algún obstáculo, siempre de espaldas a la ventana, con la bolsa de basura en la mano. Y así pasó un rato, hasta que de pronto Rodríguez oyó que desde abajo el tipo le gritaba “che, loco, aunque sea tirámela por la ventana”.


LEO MASLIAH nació el 26 de julio de 1954 en Montevideo. Estudió piano con Bertha Chadicov y Wilser Rossi, armonía con Nydia Pereyra Lisaso, órgano con Manuel Salsamendi, y composición con Coriún Aharonián y Graciela Paraskevaídis.  Se presentó por primera vez en público en 1974 como solista de órgano interpretando un concierto de Haendel. A partir de 1978 desarrolla una intensa actividad como autor e intérprete de música popular, habiéndose presentado en muchos países de América y Europa.
En 1998 recibió el Premio Morosoli en reconocimiento a su trayectoria en la música popular, y en 2012 el premio anual de música del Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay en la categoría jazz/fusión/latina por su obra  Algo ritmo.
Como compositor e intérprete de música del género llamado «culto», participó en conciertos y grabaciones de música contemporánea uruguaya, argentina y de otros países. También editó, como solista, cerca de 40 trabajos discográficos. Uno de ellos, Árboles, ganó en el 2008 en Argentina el Premio Gardel al "mejor álbum instrumental". Leo Maslíah publicó también cerca de 40 libros, entre los que se cuentan novelas, recopilaciones de cuentos y obras de teatro.
Varias de sus obras de teatro fueron estrenadas en Montevideo y/o Buenos Aires con puesta en escena del autor u otros directores.

lunes, 19 de noviembre de 2018

mi memoria guarda fotos imposibles

también creo en los amigos que no veo

siempre siento el amor cuando me miras

y es un hecho
nunca tuve que comprar mis alegrías

agradezco todo aquello que me hizo
infinito
y me dio la claridad en la conciencia

mi riqueza son recuerdos que no cesan
y el tesoro
de tener este día entre las manos

no me vengan con lo de pagar el precio

sábado, 17 de noviembre de 2018

si quieren algo más les dejo todo

la suma de las cosas que pretenden
hace rato entendí me es ajena


así que no es posible que les dé lo que no es mío

pero si el negociado les perturba
y aún persisten en dejarme más desnudo
ahí les queda este racimo de mentiras

los paquetes con algunas inmundicias
donde puedan revolcarse a sus antojos
los esperan a las puertas de mis versos


y después
de ser posible
no me jodan

hoy sentado frente al mar oigo el aullido
de las bestias devorándose entre ellas

siento espuma acariciándome los pies
en la playa se hace aire la paciencia
el perfume de la sal navega el viento
y no sé qué voy a hacer con mi fortuna

es probable que no deba merecer
esta tenue liviandad
ni el regalo desbordante de la luna

elegí ser feliz cada momento

ahora resta que la piel se funda al alma
y esperar que el mar resuelva si ya es tiempo
de llevarse la resaca y la estridencia
con un solo movimiento de sus olas

viernes, 16 de noviembre de 2018

miércoles, 14 de noviembre de 2018

a veces
corto el cable de energía
tengo el switch entrenado en los obstáculos
mi poder de abstracción se manifiesta
 entonces me licúo con el alma


silencio

en cierta forma sé
que el mar siempre consigue una salida

pero qué va a explicarte un disidente


la cornada de la bestia da una vuelta
y se clava en sí misma

a poco que la esquivo

más tarde
resucito
y voy con mi cacharro tras el rastro
que olvidaron los mutantes en la arena

hoy me encontré un espejo
con el vidrio astillado
y un hombre ensombreciéndose de angustia

al ver que su espejito se apagaba

hallé también el libro de instrucciones
que a diario le recitan al rumiante
 y un candado mugriento y oxidado
para encerrar el mar tras una puerta

 de una u otra forma
me fue dado saber este presagio
que cuenta de un negocio promisorio
en manos de tarados

pues nada
a veces sigo un plan que no he trazado


yo no puedo explicarte lo que ignoro
la bestia ataca desde tantos frentes
que solo queda andar improvisando

 al menos
hasta ahora
no han conseguido verme de rodillas


esa es la única prueba que me avala
y en realidad no importa que lo creas

viernes, 9 de noviembre de 2018

jueves, 8 de noviembre de 2018

porque en definitiva
esto es de lo que hablaba

pero no existe el ánimo
ni fuegos que encender
se pierde el pedernal frente al desgaste
el tiempo le amortigua cada chispa

y ese martillo ahí
invento impersonal

golpeando
golpeando
justo por donde pasan

golpeando
y vuelven a pasar

ese martillo atroz
que rompe en automática insistencia

y luego de romperlos ya no son

aquellos
los de ayer

estos muñecos

rociaron con napalm la vieja casa
en donde fui feliz

y nunca más pude encontrar una crisálida
ni el techo vegetal de los parrales
velando en amatista los veranos
ni el ceibo ardiendo rojo en sus espadas
ni el mimbre con el arma preferida
de aquel gallego viejo            que supo ser mi abuelo

ahora es un estúpido espiral
tapiado en los extremos

jardín de flor carnívora
y aguas estancadas
de espinas y hormigueros
pintado con colores mentirosos

girando como espectros
van
mirando un celular
los seres que yo amaba

alguna vez creí que el sueño era posible
y ahora pago el precio que paga el inocente

esto es de lo que hablaba

acaso nunca pueda contarte mi tristeza
y no quiero que pienses que la escondo

el ritmo de tu aliento
transcurre paralelo a mis latidos

así eres de importante

se trata de que solo me salva tu sonrisa

martes, 30 de octubre de 2018

El Musicomaníaco de "El Pinar" - V


    A partir del “Día Del Descubrimiento”, como nos gustaba llamar a la ocasión en que mi colega melómano me había permitido conocer su invaluable tesoro, nació, entre ambos, una curiosa amistad. Y digo curiosa porque nuestras maratónicas conversaciones giraban casi exclusivamente en torno a la música. Prescindíamos de los lugares comunes sobre los que suele edificarse un relacionamiento. Sin que ninguno lo propusiera, trazamos ciertos límites que no transgredíamos, así que no fue mucho lo que pude saber sobre él y, probablemente, menos aún  lo que él supo de mí. Existía la convicción que, gracias a la similitud de nuestros gustos musicales y al amor desmedido que profesábamos por la música, el resto se daría por añadidura. No obstante, merced a detalles insignificantes que, trabajosamente, conseguía hilar de entre las enmarañadas charlas, supe que el tipo había sido un avanzado estudiante de medicina, heredero de una considerable fortuna que le permitía vivir sin sobresaltos y, además, era viudo.
   Mis visitas se volvieron cada vez más habituales y extensas. Podíamos pasar horas enteras escuchando música o hablando sobre ella. Cada disco desencadenaba multitud de historias, curiosidades o leyendas que, en algún momento, habían llegado a nuestro conocimiento. Disfrutábamos de datos técnicos tales como fechas de publicación, estudios de grabación, ingenieros de sonido. Nos desafiábamos con los nombres de los integrantes de las diferentes bandas por ver, quién de los dos, recordaba con mayor precisión. Incluso nos referíamos a las giras de cada artista posterior al lanzamiento del álbum; también, con cuidadosa parquedad, solíamos recordar anécdotas que sucedieron, o que vivimos, en el momento en que escuchábamos, por primera vez, algunas de esas grabaciones.
   Una tarde de verano, no muy distinta a otras, resolvimos dar un paseo por el monte. El sol declinaba mansamente hacia el lado del mar y nosotros, tomando mate y en silencio, caminábamos en dirección al arroyo. De pronto, casi al llegar a la orilla, mi amigo se detuvo sin motivo aparente. Era un individuo tranquilo, reposado, calmo,  sus movimientos no estaban exentos de cierta parsimonia que, muchas veces y sin que lo advirtiera, me había hecho sonreír. Acaso por eso mismo me sorprendí cuando se detuvo tan abruptamente. Miraba fijamente hacia la margen opuesta del arroyo en donde solo pude divisar unos cuantos jóvenes campamentistas que bailaban al compás de cierta musiquita barata que emitía un aparato más barato aún. Y más allá de esa inmovilidad repentina, me atemorizaron sus ojos: bajo los lentes de culo de botella dos ranuras sin alma que destilaban algo parecido al odio, al desprecio, como si del otro lado contemplara a un abominable enemigo que era menester aniquilar. De pronto, su boca se contorsionó en un rictus de maldad contenida y le oí murmurar: “¡Hay que matarlos a todos…!”, como si mordiera cada palabra.
   Esa frase, apenas entró en mis oídos, empezó a golpear de manera agresiva en las aristas de mi mente, a esa altura de las circunstancias confusa y conmocionada. El individuo parecía estar lejos, horriblemente tensionado desde su fría parálisis, como una estaca de acero clavada en medio del desierto. Entendí de inmediato que se trataba de un nuevo límite que no pensaba traspasar, así que opté por irme sin decir nada. A cierta distancia giré mi cabeza y la posición del tipo no había variado en absoluto, por lo que deduje que ni se había enterado de mi alejamiento. Anochecía lentamente.
   Al llegar al puente, presa de mil interrogantes,  sentí que un escalofrío recorría mi espalda. Decidí desandar el camino. Sentí la imperiosa necesidad de regresar al hogar de mi anfitrión. Lentamente volví a atravesar el monte en dirección a la casa. Al llegar golpeé la puerta: una, dos, tres veces sin respuesta, giré el picaporte: la puerta estaba abierta; dirigí mis pasos hacia la sala de música, bajé silenciosamente los escalones de piedra y, al llegar a la puerta, la hallé cerrada por primera vez desde que había conocido a mi amigo. Intenté abrirla pero fue inútil, opté por darle un pequeño empujón con el hombro: en vano. Obviamente, si el sujeto estaba adentro, no deseaba recibirme, por lo que este límite era más claro que cualquiera de los intuidos y no me quedaba más remedio que irme. Estaba angustiado y no encontraba una buena razón para sentirme de ese modo. Sentía una especie de opresión en el pecho cuando me di cuenta que respiraba con dificultad. Una oscura premonición que, de haberlo intentado, seguramente no hubiera conseguido explicar. Entonces, ese grito… , un grito desesperado, empapado en dolor, emergente de las entrañas de un sufrimiento atroz e inhumano y que provenía de la sala de música.
   Una oleada de indignación subió hasta mi cerebro, el grito era el de una mujer, en una milésima de segundo (lo que tardé en reaccionar) sentí que se deshacían  en mil pedazos todos los límites impuestos y reventé la cerradura de la puerta con  una patada. La puerta se abrió lentamente, chirriando, insoportablemente pesada. Con los ojos vendados y atada a la silla de metal, una joven desnuda, con auriculares en sus oídos y sensores adheridos en distintas zonas de su cabeza, se convulsionaba enloquecida, mientras su garganta emitía sonidos indescriptibles y sangraba por todos los poros de su piel.