CXVIII
Me acordé de ese profeta de mirada dura que, para colmo, era bizco. Me vino a ver, y la cólera lo poseía. Una cólera sombría.
- Conviene -me dijo- exterminarlos.
Y yo comprendí que tenía el gusto por la perfección. Pues sólo es perfecta la muerte.
- Pecan -dijo.
Yo callaba. Veía claramente bajo mis ojos su alma tallada como una espada. Pero pensaba: Existe por el mal. No existe más que para el mal. ¿Qué sería de él, pues, sin el mal?
- ¿Qué deseas -le pregunté- para ser venturoso?
- El triunfo del bien.
Y comprendí que mentía. Pues llamaba ventura al desuso y al herrumbre de su espada.
Y se me presentaba, poco a poco, esta verdad deslumbrante: que quien ama el bien es indulgente con el mal. Que quien ama la fuerza es indulgente con la debilidad. Pues si bien las palabras se contradicen entre sí, el bien y el mal se mezclan, y los malos escultores son abono para los buenos escultores; y la tiranía forja, contra ella, las almas altivas y dignas, y el hambre provoca la repartición del pan, el cual es más dulce que el pan. Y los que urdían conspiraciones contra mí, capturados por mis gendarmes, privados de luz en sus celdas, parientes de una muerte próxima, sacrificados a otros que no son ellos mismos, por aceptar el riesgo, la miseria y la injusticia por amor a la libertad y a la justicia, me han parecido siempre de una belleza deslumbrante, que ardía como un incendio en el lugar del suplicio; razón por la cual he frustrado su muerte. ¿Qué es un diamante si no existe la piedra dura para excavar y que lo oculta? ¿Qué es una espada si no existe el enemigo? ¿Qué es un retorno si no existe la ausencia?
¿Qué es la fidelidad si no existe la tentación?
- Luchas contra el mal -le dije-, y toda lucha es una danza. Y obtienes tu placer del placer de la danza, luego: del mal. Yo preferiría que danzaras por amor.
Pues si te fundo un imperio donde nos exaltemos por causa de los poemas, vendrá la hora de los lógicos que razonarán sobre esto y descubrirán, en los contrarios a los poemas, los peligros que amenazan a los poemas; como si existiera el contrario de alguna cosa en el mundo. Y nacerán entonces los policías, que confundiendo el amor del poema con el odio al contrario del poema, se ocuparán, no ya de amar, sino de odiar. Como si fuera equivalente el amor del cedro con la destrucción del olivo. Y enviarán a la cárcel ya sea al músico, ya al escultor, ya al astrónomo, según el azar de razonamientos que serán estúpido viento de palabras y débil temblor del aire. Y mi imperio perecerá entonces, porque vivificar el cedro no es destruir el olivo ni rechazar el aroma de las rosas. Planta en el corazón de un pueblo el amor por el velero y te drenará todos los fervores de su territorio para cambiarlos en velas. Mas tú quieres, en persona, presidir los nacimientos de las velas persiguiendo y denunciando y exterminando a los heréticos. Pero ocurre que todo lo que no es velero puede ser denominado contrario del velero; porque la lógica puede ser llevada adonde tú quieras. Y de depuración en depuración exterminarás a tu pueblo; pues ocurre que cada uno ama también otra cosa. Aún más, exterminarás al velero; porque el cántico del velero se había transformado para el que hace los clavos en el canto de la herrería. Lo meterás en prisión y no habrá más clavos para el navío.
También aquel cree favorecer a los grandes escultores exterminando a los malos escultores, a los que en su estúpido viento de palabras llama contrarios a los primeros. Y yo te digo que tu prohibirás a tu hijo un oficio que ofrece tan pocas oportunidades de vivir.
- Sí, te he entendido bien -se enfureció el profeta bizco- ¡yo debería tolerar el vicio!
- No. No has entendido nada -le respondí.
-Extraído de "Ciudadela" de Antoine de Saint-Exupéry-